La ruta del agua
En esta ruta os proponemos un recorrido arqueológico y medioambiental, a la par que histórico, por los parajes conocidos como Cerro del Sol para reconocer el trazado de las acequias reales y los palacios de campo o almunias nazaríes, con su dificultosos trazados, ingenios y túneles, mediante los cuales la ingeniería hispanomusulmana puso en valor huertas, jardines y secanos y llevó el agua potable hasta la propia Alhambra y el Generalife. Es un recorrido ameno y saludable en el que se unen el espíritu ecológico y las maravillas hidráulicas de la ingeniería nazarí.
La vista panorámica desde la Silla del moro nos acerca a las albercas del Generalife, la de las Damas y la de Torres Balbás y al hueco de la famosa noria de sangre del pozo de trasvase hacia ellas. En este paraje aéreo y de panorámicas excepcionales iniciamos el recorrido.
Las torres de lo que conocemos como Silla del Moro están situadas sobre la cresta del Generalife, fueron en su día un importante torreón nazarí que participaba de la línea defensiva de la muralla cercana, cumpliendo misión de torre vigía. Tras la conquista por los cristianos quedó convertida en ermita dedicada al culto de Santa Elena, que durante un tiempo le dio nombre. Curiosamente, en el siglo XVll existían a su alrededor y extendidas por la cumbre numerosas celdas y cuevas de ermitaños, donde se recogían a vivir castamente mujeres en hábito de beatas en número de más de doscientas, según cita Henríquez Jorquera. Pero de todo ésto sólo quedaron los rotos muros del torreón principal y la ruina casi definitiva después, pues los soldados franceses causaron aquí grandes destrozos al cavar trincheras y emplazar baterías para dominar la ciudad, según refiere Gallego Burín. Restaurada en los años sesenta para uso militar volvió a caer en el abandono hasta fechas recientes que la lluvia y el deterioro ambiental la llevaron al descalabro definitivo una noche invernal de lluvia, hace una década aproximadamente. Se reconocen la existencia de lienzo de muralla y el aljibe.
A esta altura de la Silla del Moro descendemos desde su cara norte, por una vereda entre álamos y pinos y recorremos una parte (1 km) de las Acequias Reales, -la del Tercio y la de los Dos Tercios- que llevan el agua hasta el interior de la Alhambra y las huertas del Generalife desde la primitiva presa de Jesús del Valle, situada a unos 6 kilómetros de este punto.
Localizada la acequia y recorrida hasta su entrada en el Generalife, volvemos por el desmonte de la acequia a buscar la vereda, dirección Llano de la Perdiz, hasta la siguiente localización. Ascendemos unos metros y no sin dificultades localizamos las dos Galería de los Pozos Altos. Contemplamos las dos bocas de estas minas que acarreaban el agua desde una acequia nueva, (la de los Arquillos de Beas) hasta la profundidad de dos pozos construidos -tras un estudio prodigioso de alturas y niveles para superar la cota de los casi sesenta y nueve metros de diferencia que tiene con las conducciones reales. Casi en vertical ascenderemos después por una rústica escalera de barro y madera hasta la boca de estos mismos pozos en la cima de la colina. La acequia se llama de los Arquillos y proviene de Beas en un arranque más alto que la presa de Jesús del Valle donde toma su agua la acequia Real. Esta acequia fue pensada y construída para regar los secanos de altura superior a la del Generalife y la Alhambra e hizo falta un estudio muy medido y bien calculado para, mediante una pequeña presa, (la de Beas) tomar el agua y salvar desniveles importantes con un acueducto, casi desaparecido, y superar el desnivel de la cota de las Almunias y terrenos agrícolas que regaba, probablemente con un artificio mecánico, tan ingenioso como revolucionario, pero tan sencillo que ya lo empleaban los egipcios y romanos: La doble rueda dentada con cilindros de carga, o sea una noria movida por la presión de caída del agua.
Arriba ya, podemos contemplar los dos pozos protegidos detrás de una valla, a ambos flancos de la Alberca Rota. Así llamada porque le falta una de sus paredes que ahora aparece en una simulación con gravilla. «El edificio o pabellón aquí construido, que debía ser de considerables dimensiones, lo rodeaban frondosos jardines o huertos para el regadío de los cuales se hacía llegar el agua por complicados recorridos. Uno de ellos era el posible mecanismo de doble eje que subía el agua desde la altura de los 69 metros tomándola desde el fondo del pozo. El mecanismo a cuyo fondo se penetraba a través de las dos galerías antes citadas presenta en su boca dos grandes arcos semicirculares interrumpiéndose su pozo pasados los treinta metros de profundidad por una alberca de ladrillo, en cuyo centro se abre un agujero elíptico, siguiendo la excavación hasta los citados 69 metros, donde se halla otra alberca que comunica con las citadas galerías de entrada».
Previamente almacenada en la Alberca Rota, se llevaba el agua hasta Daralarusa o Palacio de la Novia, ayudándose de una conducción que en tramos se oculta bajo la superficie de la colina hasta llegar a este distinguido palacio. Lo que queda son las ruinas arqueológicas que incluyen los cimientos, sacados a la luz por el arquitecto-restaurador Torres Balbás en los años treinta, un pilar, un pozo comunicado con la conducción de agua, el aljibe, restos del baño y el patio central con una pequeña alberca prototípica de las casas nazaríes, además de los contrafuertes y muros exteriores.
A medio camino con la colina del Llano de la Perdiz, subiendo unos metros la colina lindera, encontramos el Aljibe de la lluvia que era un depósito de grandes dimensiones que recogía el agua de la lluvia y de las escorrentías al modo romano de un «impluvium» y se almacenaba también en una gran alberca contigua, aunque ésta es de construcción contemporánea.
«Todos estos terrenos fueron en tiempos musulmanes un espléndido vergel tan poblados de casas y árboles frutales que parecían un lienzo de Flandes», al decir de Bermúdez de Pedraza. Espléndidos jardines rodeaban los dos palacios, comunicados entre sí por caminos bordeados de mirtos y el resto, en un conjunto de decenas de hectáreas quedó como tierra de labor para sobrevivir a las sequías, incendios y talas que las guerras fronterizas provocaban en el Reino.
Entre olivos y pinares llegamos hasta el Albercón del Negro donde además de la alberca podemos contemplar una parte del túnel o galería de la misma canalización de obligado destino hasta el Palacio de los Alijares y sus sembrados, ganados al secano por el empeño y agudeza de los ingenieros de Mohamed V que en este recorrido emplearon sifones y otros artificios para una buena administración y distribución del agua.
Las maravillas de esta almunia se cantaban ya en el romancero popular español pero un espantoso terremoto le dañó gravemente -(además del abandono secular y el espolio producido por la ampliación del cementerio), aunque al mismo tiempo dejó en tablas e interrumpida la famosa batalla de la Higueruela librada en plena vega granadina entre el ejército nazarí y el del rey castellano Juan ll.
«¿Qué castillos son aquellos? Altos son y relucían El Alhambra era, Señor y la otra la Mezquita. Los otros los Alixares labrados a maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día y el día que no los labra otras tantas se perdía»El poeta Ibn Zamrak dejó dicho que compuso para él sesenta y seis casidas y unos cuantos poemas de alabanza que se repartieron entre la Alhambra y este palacio en homenaje a Mohamed V.
Llegar hasta los Alijares no deja de ser sorprendente, pues está escondido entre los nichos del cementerio. El crecimiento del cementerio actual lo engulló en parte y hay que atravesar varios patios para llegar hasta él: Por suerte se han conservado algunos elementos de la cimentación y la alberca original. Rehabilitado recientemente es un lugar grato, silencioso, un tanto zen por el murmullo del agua y la presencia de algunos frutales, granadillos y cipreses sobre un césped siempre verde.
La ruta continúa por los parajes áureos, camino de Lancha de Cenes, cuyos cerros horadados mediante el sistema romano de implosión o ruina montium por agua nos muestran también el uso que esta tercera acequia, la de los Arquillos tuvo para sacar oro de estas montañas desde tiempos romanos y nazaríes hasta finales del siglo XlX. Galerías hundidas, cuevas, socavones y montículos dejarán al descubierto esa otra cara de estos cerros luminosos, batidos por el sol y la suave brisa que baja de la Sierra, cuya contemplación desde estos miradores naturales no deja de ser un espléndido placer.